Tribus de Indonesia, Kajang

En nuestro camino de Rantepao a las playas de Bira, en el sur de Sulawesi, se encuentra un poblado llamado Kajang.

Habíamos oído hablar de él, y aunque no teníamos muy claro si hacer una parada por las condiciones de la visita, se lo comentamos a nuestro guía, que tampoco estaba muy por la labor, pero finalmente decidimos hacerla.

Íbamos directos a conocer un poblado que no dispone de electricidad para su día a día que se ha quedado anclado en el pasado por decisión propia.

Primero tuvimos que parar en una casa que hacía las veces de oficina, allí se encontraba el guía local indispensable para entrar al poblado de Kajang, rellenamos una hoja de visita, dejamos una donación y escuchamos las indicaciones: está prohibida la entrada con cualquier aparato tecnológico, nada de móviles, cámaras de fotos, ordenadores, etc., hay que vestir de negro y entrar descalzos, así que de esta casa ya salimos vestidos para la ocasión.

 

El poblado

Aparcamos en la entrada del poblado, nos descalzamos, dejamos todas nuestras pertenencias y junto con nuestro guía, más el local, comenzó nuestro paseo de 1km. por un bucólico camino empedrado y lleno de bichos varios que más vale que para el resto de la expedición pasaron desapercibidos. Cómo hubiéramos disfrutado de la belleza del paisaje con un buen calzado o incluso con unas simples chancletas.

Lo que en condiciones normales nos hubiera costado recorrer entre 10 y 15 minutos, para nosotros fue por lo menos media hora, los locales tanto adultos como niños, pasaban a nuestro lado, muchos de ellos cargados con peso en sus espaldas o cabezas, como si llevaran puestas las mejores botas de trekking, y para nosotros el suelo pinchaba como si en vez de piedras fueran clavos, tanto es así que en un momento dado uno de los guías, no sabemos de dónde, sacó unas telas y envolvió los pies de un componente del grupo para aliviar la pisada.

Finalmente llegamos a la casa del jefe de la tribu de Kajang. Antes de entrar nos lavamos los pies con agua y fuimos pasando.

La parte baja es una zona abierta reservada a los animales y el primer piso es un espacio diáfano donde en una parte tienen la cocina, otra zona la usan como despensa donde guardan los sacos de arroz y demás alimentos, y otra está reservada para comer y reunirse, que es dónde nos sentamos en el suelo para charlar con ellos.

 

Dialecto

La comunicación fue muy curiosa, por un lado cada uno de nosotros hacíamos las preguntas que nos surgían a nuestro guía en castellano, él se las hacía en indonesio al guía local y éste al jefe de la tribu en su dialecto (en Indonesia hay muchos).

Es en estos momentos cuando echas de menos no poder relacionarte directamente con las personas y haber podido hablar con las niñas por ejemplo, que nos miraban de arriba abajo quedándose con todos los detalles, que eran pocos porque íbamos completamente vestidos de negro con los sarongs que nos habían asignado, pero miraban el color de las uñas de las chicas, los detalles de las gomas o cintas de la cabeza y lo único que podíamos compartir eran unas miradas y sonrisas cómplices porque eso sí, si algo reina en la cara de una niña indonesia es la sonrisa.

 

La tribu

Nos contaron que se trata de una tribu que ha decidido vivir al margen de las nuevas tecnologías, sin acceso a las noticias del exterior excepto el jefe de la tribu, que tienen su propio médico y no tienen colegio dentro, pero está justo en la entrada al poblado de Kajang.

A grandes rasgos esto podía ser lo más reseñable en cuanto a ellos. Luego, como buenos indonesios, las preguntas fueron para nosotros y un tema que les gusta mucho es el estado civil, ¿eres soltera/o o estas casado/a?…

La verdad que el ambiente fue bastante distendido y pasamos un rato agradable que terminó con un chupito de Tuak, licor de arroz que ellos mismos elaboran.

Firmamos en su libro particular de visitas y nos despedimos con un apretón de manos del jefe de la tribu.

Vuelta al camino para llegar a la furgoneta no sin antes echar un último vistazo alrededor, se nos hizo más corto que la ida, creo que hasta nos dolían menos los pies, teníamos mucho que hablar y comentar, sacar nuestras propias conclusiones, cada uno las suyas, pero todos contentos por haber decidido hacer esta visita, una experiencia única.